“Si saben de un quirófano disponible, avisen”. Por Carlos Rodríguez*
Hoy tendría que estar internado en el Sanatorio Colegiales, después de una operación de cadera. Desde el mes de noviembre estoy con dolores intensos. Me dijeron al principio que era el nervio ciático o una posible hernia de disco. El 5 de diciembre de 2016, la doctora Gabriela Roffe, que me había operado en el Sanatorio San José, en agosto de 2012, de la misma cadera, me confirmó que se había producido un desplazamiento de la prótesis que tengo desde hace más de cuatro años. Lamentablemente no me pude volver a operar con ella, porque mi obra social, la OSTPBA, ya no tiene la cobertura de ese sanatorio. Desde ese 5 de diciembre comenzó un largo peregrinar en la búsqueda de un lugar para operarme y dejar de lado las muletas con las que tengo que moverme.
Aunque ya no estoy afiliado a la Unión de Trabajadores de Prensa de Buenos Aires (UTPBA), sigo en su obra social porque nunca quise dejar de aportar a lo que fue mi gremio durante largos años y porque jamás aportaría dinero a una prepaga. Soy anacrónico, como nos dijeron una vez en una lejana asamblea en la que se debatía adherir o no a las AFJP. Con Tato Dondero y otros quedamos en minoría, pero seguimos aportando a la caja del Estado porque en esa asamblea sólo se fijó posición sobre un tema candente. Nadie estaba obligado a acatar ninguna resolución. El tiempo demostró, en el caso de las AFJP, que nuestra condición de anacrónicos era la correcta. “El diablo sabe por diablo, pero más sabe por viejo”, dicen.
Desde diciembre concurro casi a diario a la obra social de la UTPBA. Me encontré con muchos compañeros colaboradores. Escuché quejas, por ejemplo de un compañero de Página 12 que fue padre y con su mujer recibieron, sobre la fecha del parto, la noticia de que ya no tenían cobertura en el sanatorio donde esperaban recibir a su bebé. A pesar de todo, y de mi situación personal, la única alegría fue saber que el aporte de los anacrónicos como yo a la obra social de un gremio conducido por traidores, sirve al menos para que compañeros que no trabajan en planta puedan acceder a duras penas, pero al menos acceder, a una obra social que debería ser un ejemplo y que tuvo todas las posibilidades de serlo.
Vuelvo a mi situación personal. Como no cuento con el dinero necesario para bancarme una operación quirúrgica por mis propios medios, tuve que recurrir a la OSTPBA—UTPBA. Me derivaron, para operarme, al Centro Gallego. Los médicos me atendieron muy bien, confirmaron el problema en la cadera, pero me dijeron que había que esperar porque los anestesistas estaban realizando medidas de fuerza. La huelga terminó en los primeros días de enero pasado, pero cuando llamamos para pedir un turno con el especialista en cadera, nos dijeron que la OSTPBA ya no contaba con la cobertura en ese establecimiento. De la obra social me mandaron al Sanatorio Nuestra Señora del Pilar, en Ciudadela. Yo vivo en Lanús, de manera que me quedaba cerca (Ja!). Allí me atendió un médico que lo primero que me dijo fue que se había operado del corazón. Me corrió por izquierda. Estaba peor que yo. El lugar tenía el aspecto de un supermercado de la tercera edad. Los pasillos estaban más llenos que el subte a las seis de la tarde. El médico se sinceró y con una mano en el corazón operado me dijo que, con suerte, me podrían operar en enero de 2018. Y que no iba a ser él quien lo hiciera, porque por ahora no puede hacerlo por prescripción de sus médicos. Saludé con una sonrisa a lo conde Drácula y me fui. Con mi hijo, que me había acompañado, nos miramos y sonreímos por no llorar.
Volví a la carga en la OSTBA y tomé contacto con el auditor médico, el doctor Jorge Casas, una persona muy amable. Me dijo que, tal vez, podría ser operado por el doctor Dardo Sincosky. Me dieron un turno “urgente”y allí fui, con la fe de un peregrino. Como era de esperar, Sincosky no fue Concosky. Se sorprendió por la derivación que había recibido y me acompañó gentilmente a la auditoría médica, en el entrepiso de la sede de Perón al 1100. “Yo no puedo hacerlo”, fueron sus palabras de cierre.
Harto de tanto manoseo, envié una carta documento dirigida al titular de la OSTPBA, Raùl Barr, intimándolos a que me brinden la atención que necesito. Me habían dicho que estaban en tratativas para contratar los servicios del Sanatorio Colegiales, a diez cuadras de la estación Chacarita, otro lugar cercano a mi barrio de Lanús. El 17 de enero fui atendido por primera vez por el jefe del Servicio de Ortopedia y Traumatología del Colegiales, una persona muy amable que tiene excelentes referencias de todos los pacientes con los que me he cruzado en este tiempo.
Se produjeron demoras en cierto modo razonables como profesionales que salían de vacaciones, feriados y cuestiones operativas propias de los primeros meses del año. Fui atendido por otros dos médicos, con la misma profesionalidad y buen trato. Ninguna queja con el Sanatorio Colegiales. Finalmente, luego de una doble ronda de estudios pre-quirúrgicos, me dieron fecha de operación para hoy, 19 de abril de 2017. Todo venía bien, el lunes 17 comprobaron que los estudios decían que estaba en condiciones de operarme. Sólo faltaba que la obra social aportara la prótesis nueva, para reemplazar a la que salió de servicio. Uno de los médicos me dijo que la operación podía demorar “uno o dos días”, en el peor de los casos.
El martes 18, a primera hora, el médico jefe del Servicio de Ortopedia y Traumatología, con visible desazón, me comunicó que la obra social había dado marcha atrás y que todo se postergaba hasta el mes de mayo. Cuatro horas después, Bárbara, de la OSTPBA, me confirmó la barbaridad. “En mayo”, me dijo, sin fijar la fecha. La excusa fue un supuesto “problema con la Gerenciadora” de la obra social. A la falta de respuesta se sumó el mal trato recibido durante todo este tiempo tanto por mí como por Marisela, mi mujer. A cada rato, las mismas personas que ya me conocían, pedían los estudios que “justificaran la operación”, incluso después de que los profesionales del Sanatorio enviaran el pedido de autorización de la intervención quirúrgica y el envío en término de la prótesis.
“¿Piensan que la prótesis la voy a usar para arreglar el metegol que tengo en casa”, le pregunté a una empleada que hacía ruido con la boca todo el tiempo –hablar es otra cosa—, como los chicos cuando se mandan una macana. Hasta hice comentarios procaces respecto del eventual uso del adminículo, con perdón de la palabra.
Ya me habían autorizado la intervención quirúrgica y me pidieron más datos que justificaran la internación previa. “Tienen que autorizarme la internación, que como se sabe es previa a la operación. ¿O creen que me van a operar en el Havanna que está en la esquina del sanatorio?”. En fin, esto es lo que tengo para contarles. Una última cosa: no quiero ofender a nadie que tenga una prepaga, pero es hora de que trabajemos todos para fortalecer al Sipreba, el gremio que creamos entre muchos como resultado de la lucha conjunta, para empezar a deshacer el club de amigos que es la UTPBA. El Sipreba no tiene todavía el visto bueno para que el Ministerio de Trabajo macrista nos otorgue la posibilidad de arrebatarle a la UTPBA el lugar que está usurpando en la discusión paritaria por la que nunca hizo nada. No tenemos, por el momento nada más, una obra social que nos cobije a todos, pero la vamos a tener pronto. Hay que sumar al Sipreba para terminar de desnudar a los burócratas de la UTPBA. La tarea es de todos, pero sobre todo de los más jóvenes. Volvamos a recrear las obras sociales fuertes y solidarias. Nos privatizaron hasta la Presidencia de la Nación y hay que revertirlo, a pesar de las burocracias que miran para el lado de sus propios mezquinos intereses.
(*) periodista y delegado gremial del diario Página/12 en situación de “retiro espiritual obligado”, pero con las muletas siempre listas para la acción.