PEDRO LEOPOLDO BARRAZA, ASESINADO POR LA TRIPLE A EN 1974
Romper el cerco de silencio
Como periodista, esclareció el crimen de Felipe Vallese, uno de los primeros desaparecidos de la Argentina. Su trabajo señaló a los responsables que, años después, tendrían poder en la Triple A. Esa organización paraestatal tampoco le perdonó un artículo burlón sobre López Rega. Lo fusilaron junto a su pareja, Carlos Laham.
Por Pablo Waisberg
Pedro Leopoldo Barraza firmó dos veces su sentencia de muerte: la primera, cuando identificó a los policías que desaparecieron a Felipe Vallese; la segunda, cuando rebautizó a José López Rega como “El Astrólogo”. Entre una y otra se hizo tiempo para acercarse a los fundadores de las Fuerzas Armadas Peronistas, trabajar en Clarín y La Opinión y participar de la normalización del Sindicato de Prensa.
La militancia política de Barraza comenzó en las filas del frondicismo. Eran los días en que Juan Domingo Perón daba instrucciones desde el exilio y esas visitas al comité nacional de la UCR le duraron poco. Fue dando pasos y no pocas discusiones hasta llegar a la resistencia: eran los peronistas post golpe del ’55, esos que se hicieron fuertes en los márgenes. No tenían apoyo estatal sino todo lo contrario: eran ninguneados, perseguidos, encarcelados, torturados. Pedían la vuelta del General y cuestionaban con furia las prácticas del máximo pope sindical, Augusto Timoteo Vandor.
Entre ellos andaba Vallese cuando fue detenido en la medianoche del 23 de agosto de 1962. Hacía frío. Caminaba con las manos metidas en la campera por la calle Canalejas (hoy Felipe Vallese), en Flores. Al llegar a Trelles sintió cómo media docena de tipos se le fue encima. No lo sabía, eran policías de civil. Trató de zafar. Se aferró a un árbol y demoró la cosa por unos segundos. Pero un culatazo en la nuca pudo más.
En paralelo, otra banda policial asaltó la casa donde él vivía e hizo otras siete detenciones ilegales. Eran los tiras de la Unidad Regional de San Martín. Buscaban a Alberto “Pocho” Rearte, amigo de Vallese y jefe de uno de los grupos de esa joven y revulsiva JP. Como su hermano Gustavo, Pocho era ya un líder político de cierto peso. Estaba al frente del Grupo Insurrección. Le habían adjudicado un tiroteo donde murieron dos policías en julio de 1962, pero Barraza reveló –junto con los detalles de la desaparición de Vallese– que esas muertes fueron parte de la corrupción policial a la que había que encontrarle un responsable.
Vallese –tal como relató Barraza en su investigación– fue torturado durante nueve días en la Comisaría 1ª de San Martín, pero no dijo una palabra sobre Alberto, su amigo de la infancia. Antes de ser asesinado había pedido a un compañero de celda que avisara a la UOM sobre su lugar de detención.
MAYORÍAS Y MINORÍAS. Aquel no fue un buen año para los militantes peronistas. José María Guido había reeditado el decreto 4161, firmado por la Revolución Libertadora, que prohibió la utilización de “elementos de afirmación ideológica o de propaganda peronista”. Según la orden presidencial del 24 de julio de 1962, no se podía siquiera silbar la marcha “Los muchachos peronistas”.
La detención de Vallese no fue un hecho azaroso. La búsqueda de Rearte tampoco. Eran militantes jóvenes pero estaban fogueados en la lucha política. Los 22 años de Vallese no le habían impedido ser elegido delegado de fábrica, cuestionar la línea política y gremial de la UOM nacional ni, mucho menos, participar de la Resistencia Peronista.
“¿Qué hicieron con Vallese?”, escribió Barraza en el primero de los nueve artículos publicados en los semanarios 18 de Marzo y Compañero, en 1963. Allí anticipó con varios años de ventaja los resultados de la causa judicial. Detalló el operativo policial, develó los objetivos y señaló a los responsables. Su tarea buscaba, además, “romper el cerco de silencio de la prensa al servicio de las minorías”.
Un año más tarde, en 1964, Barraza participó junto a su amigo Osvaldo Lamborghini de la normalización del Sindicato de Prensa, que había sido intervenido por Guido, quien a poco de asumir había encarcelado a la conducción que integraban Osvaldo Bayer, José Luis Mangieri y Norberto Vilar, entre otros. Todos vinculados al Partido Comunista.
Para 1971, la Justicia confirmó cada uno de los detalles que reconstruyó Barraza en su investigación y condenó a tres años de prisión a Juan Fiorillo, jefe de la Brigada de Servicios Externos de la Unidad Regional de San Martín. Pero no cumplió la condena: en 1974 ya había sido liberado y tenía poder de mando en la Triple A.
EL ASTRÓLOGO Y LOS MATADORES. La segunda molestia que provocó Barraza dentro de la Alianza Anticomunista Argentina fue cuando publicó una crítica del libro de López Rega, Astrología Esotérica (Secretos Develados). El texto comenzó con una frase por demás burlona: “Algunos aficionados a la astrología han dejado trascender su interés especial por reeditar lo que consideran una de las obras locales más importantes”. Dos párrafos más abajo lo rebautizó como “El Astrólogo”.
“En los medios políticos es vox populi que el secretario privado de Juan Perón –señor López Rega– no sólo es astrólogo sino que pertenece a una secta espiritista a la cual estaría adscripta también la tercera esposa del ex presidente, señora Isabel Martínez de Perón. Sin embargo Perón no participa, dicen sus allegados, de ninguno de estos ritos”, escribió Barraza sobre ese mamotreto de 737 páginas.
Poco después, el 13 de octubre de 1974, con Fiorillo libre, encontraron el cuerpo de Barraza junto al de su pareja, el fotógrafo Carlos Laham, en Villa Soldati. Llevaban la marca de los sicarios entrenados por soldados de la Organización Armada Secreta de Argelia (OAS): estaban maniatados y tenían los ojos cubiertos por una tela adhesiva.