EDUARDO LONGONI. FOTÓGRAFO
“En los ’70, nuestra militancia fue documentar la violencia”
Tenía veinte años cuando su cámara comenzó a ser testigo de los años más duros de la historia argentina. Reportero gráfico con decisión militante, sus imágenes se convirtieron en testimonio de una época; piezas del imprescindible rompecabezas de la memoria.
Por Martina Noailles
–¿Cómo era trabajar de reportero gráfico en dictadura?
–Empecé a trabajar en el ’79 y mi primera nota fue un atentado terrorista a Roberto Alemann enmarcado en la contraofensiva montonera. Así que mi bautismo de fuego fue en un hecho de violencia, que era lo que se respiraba en nuestra sociedad. Y como la dictadura no quería que se vieran las cosas, los fotógrafos en las calles éramos un blanco móvil. Cuando entré en Noticias Argentinas empecé a aprender los rudimentos de la fotografía y, al mismo tiempo, a rebobinar rápido los rollos y a engañar a la policía con rollos truchos para darles. Aprendí tanto fotografía como magia. Queríamos conservar las imágenes aunque algunas no se pudieran publicar en ese momento.
–Por ejemplo la foto de los militares mirando a cámara…
–Esa es una foto del día del Ejército del ’81 y, obviamente, la que salió en el servicio fue la de un general hablando, no esa. Pero podíamos filtrar algunas fotos de Madres de Plaza de Mayo en el servicio y fundamentalmente dárselas a ellas, lo que permitió que pudieran sacar las fotos del país para ser publicadas en diarios europeos.
–¿Cómo era ese vínculo con las Madres?
–Nora Cortiñas era como mi mamá. No solo ellas venían y nos pedían las fotos, sino que llamaban por teléfono si había habido alguna represión para cuidarnos. Ellas que habían perdido a sus hijos nos cuidaban… Teníamos la edad de ellos. Había mucho afecto.
–¿Te dabas cuenta de que estabas registrando un pedazo de la historia argentina, que esas fotos serían parte de la memoria del país?
–La fotografía fue como la militancia por otros métodos. Tomábamos partido, estábamos en contra de la dictadura. Es interesante reflexionar sobre la foto de Videla rezando. Muchas veces me preguntaron cómo me animé a hacerla. Me animé porque los custodios de Videla estaban encantados, era el presidente reflexionando junto a Dios sobre no sé qué atrocidades… Pero estaría mintiendo si dijera que tenía clara conciencia de que esa foto luego iba a ser resignificada. Íbamos guardando fotos que después podrían llegar a servir, pero a la vez había una cuestión de costumbre, estábamos medio anestesiados. Fotografié a Massera y a Videla dos o tres veces por semana. Desde una perspectiva histórica decís “te estabas codeando con monstruos”, y viendo aquellas fotos me corre un escalofrío. Pero en esa época ninguno fotografió un secuestro, una tortura o un centro clandestino. Todas nuestras fotos se transformaron en símbolo con los años, se necesitó saber la verdad para que cobraran una importancia que no tenían antes.
–¿Sentías miedo trabajando en la calle?
–Me encantaba. Siempre hay una cuota de inconciencia. No creo en esta cuestión heroica ni de valentía. Sí hay una cuestión de querer mostrar y el miedo es el que te hace parar y ver hasta dónde podés llegar. Lo importante era involucrarme y llegar con las fotos. No pasarse al rol del manifestante. Esto es fácil de decir, pero en ese momento está la adrenalina. Por ejemplo, la foto de las Madres con los caballos creo que es fruto de un error. Yo me metí en el medio, un caballo me tiró al piso, rodé entre las patas, salí con algunos raspones, nada grave, pero es una foto que está tomada casi desde el lugar de manifestante.
–¿No poder publicar algunas fotos y guardarlas fue el origen de la primera muestra de Reporteros Gráficos?
–Sí, hubo dos cuestiones: una de índole emocional y de homenaje, luego de que se murieran tres fotógrafos en un avión de Crónica. Y la otra, la de pensar, ya en 1981, en visibilizar lo que hacíamos porque no salía publicado en los medios. ARGRA tenía unas autoridades que eran más grandes y no tenían ganas de comprarse ningún disgusto con la dictadura, así que lo único que hacían era un concurso de fotografía deportiva. Nosotros queríamos mostrar todo lo contrario, la fotografía de lo que estaba ocurriendo en la Argentina. Desde lo formal, la muestra fue malísima, pero desde el lugar de explosión de imágenes, la repercusión fue buenísima. Y entre la dictadura también porque nos pusieron un Falcon verde en la puerta.
–Ya en democracia, lograste que el Juicio a las Juntas pudiera ser fotografiado, ¿cómo fue?
–Empiezan los preparativos del juicio y nos enteramos de que no iba a haber fotografía y que sólo habría una cámara de ATC transmitiendo 30 segundos mudos por día. Entonces, como editor de Noticias Argentinas pedí una entrevista con León Arslanian para decirle que era una locura y proponerle una solución. Fuimos varios. Nos recibió muy nervioso, estábamos al borde del juicio y venían unos chicos a molestar. Al final dijo: “Está bien, entra uno solo y que las fotos las tengan todos”. Acordamos también que los negativos quedaran en poder de la Cámara Federal. El laburo de editor no es sólo elegir una buena foto o hablar con el fotógrafo. A veces es prever lo que puede pasar. Y yo me di cuenta de que había que ir a pedir eso; si no, nos hubiéramos perdido de tener fotos de un juicio histórico, un hecho fundacional de la democracia argentina.
–¿Cómo ves hoy el rol del fotoperiodismo?
–El rol del fotoperiodismo esta íntimamente ligado al rol de los medios periodísticos. Hoy hay una profunda crisis en el periodismo, que está viendo peligrar su mercado tal cual lo concibió, a cambio de una propagación de noticias instantáneas y continuas que no tienen demasiada capacidad de ser chequeadas ni ser de excelencia. La crisis está arrasando el fotoperiodismo. Un momento de crisis como no vi nunca en nuestro oficio. Mide más un video de un escándalo sexual que un reportaje fotográfico. Los diarios se parecen a la tele, se volvieron exitistas en relación al rating y eso está arrasando puestos de laburo. Pero de las crisis nunca se sabe cómo se sale. Siempre será necesario que haya gente mirando para decir ciertas cosas, y en las fotos que puede sacar cualquiera con su celular no hay una mirada. La mirada va a seguir siendo patrimonio de los fotógrafos.
[Foto: Eduardo Longoni]