El día que los laburantes de Clarín se le plantaron a Videla
A mediados de 1987, los correctores del matutino se negaron a corregir una solicitada defendiendo al genocida. La avanzada de una lucha histórica por la libertad.
Por Pablo Llonto
No tengo nada contra los “doble-apellido”. Pero nunca como esa vez había visto tantos “doble-apellido” juntos.
Aquella tarde de mayo de 1987, cuando un grupo de correctores de Clarín subió hasta el segundo piso donde se encontraba la redacción, los sueños de rebelarse contra los patrones se combinaban con las ilusiones de un país sin milicos, sin genocidas y con democracia para siempre. Los correctores me pidieron una reunión. Yo era el secretario general de la Comisión Interna de los trabajadores de prensa (unos mil) del diario.
Desde ya que eran otros tiempos, como lo serán los del momento en que usted finalice este artículo. Por entonces, la UTPBA era un sindicato bien nacido y hasta con algunas aspiraciones revolucionarias, donde sus dirigentes repudiaban a otros dirigentes sindicales que se atornillaban a sus puestos y lucraban con sus cargos y nadie pensaba que, tres décadas después, los repudiadores serían los repudiados.
Las redacciones iban de asamblea en asamblea –a veces dos por día– y todo se resolvía a mano alzada. Clarín no pagaba horas extras, no respetaba el Convenio Colectivo de Trabajo, se quedaba con gran parte de nuestro aguinaldo al liquidarlo con maldad y abusaba de su posición dominante exigiendo dedicaciones exclusivas, cesión de derechos de autor de los fotógrafos y mil barbaridades más. El pliego de reclamos ante tantas injusticias parecía interminable.
Afuera, los oficiales y suboficiales de Ejército, Marina, Fuerza Aérea, Prefectura, Gendarmería y todas las policías, veían zurdos por doquier. No sólo les molestaba la democracia, Alfonsín, los juicios a los violadores de los derechos humanos: les molestaba esa manera de sentir la vida y la paz que enterraba a la dictadura y, por sobre todas las cosas, les molestaba la palabra “popular”.
Ellos eran miles de miles. Nosotros, los no uniformados, unos millones más. Para Semana Santa ya habían dado el primer aviso: “Las armas las tenemos nosotros”. Sin armas, y con extensas hojas en sus manos, el grupo de correctores empezó la charla:
–Mirá, Pablo, hace un par de días trajeron esto. Quieren que esté listo para el 24 de mayo, porque la solicitada tiene que salir el 25.
–¿Qué solicitada? –pregunté.
–Una solicitada a favor de Videla. La firman más de cinco mil personas, gran parte de ellos con doble apellido.
No alcancé ni a decir mierda, cuando todos ellos comenzaron a dar sus argumentos. El más reiterado era “no queremos trabajar para una solicitada golpista”. El texto, sencillo y al estilo de la revista Cabildo, hablaba loas del ex general condenado dos años antes a cadena perpetua durante el Juicio a las Juntas.
Llamé al resto de la Comisión Interna y entre todos convocamos a asamblea. Por primera vez nos tocaba debatir y resolver si los trabajadores teníamos derecho a oponernos a un texto que el diario había recibido a cambio de dinero. Es decir, de alguna manera, a oponernos a la línea editorial-comercial. Consultada la jerarquía de Clarín, la respuesta que nos bajó fue: “La empresa va a sacar la solicitada, la han pagado”.
Se vivió entonces una de las asambleas más ricas de las que uno tenía memoria. El debate recorrió puntos como “libertad de expresión”, “censura previa”, “derecho a la resistencia de los trabajadores”, “obediencia debida como empleados”. Finalmente la moción ganadora fue denunciar ante la Justicia y, en caso de fracasar, reclamarle al diario que nos habilitase un espacio para dar nuestra opinión en contra de quienes reivindicaban al genocida.
Por suerte, un vendaval parecido ocurría en los diarios La Nación, Crónica, La Prensa y Ámbito Financiero. Allí también los aduladores del asesino Videla intentaban publicar la solicitada. La protesta de los trabajadores se extendía. Un enorme periodista como Horacio Verbitsky, junto a dirigentes sindicales de canillitas y periodistas, formuló el planteo judicial. El juez Martín
Irurzun mandó un secretario al diario a constatar el texto de la solicitada y, finalmente, el 24 de mayo resolvió la medida cautelar: la solicitada no podía salir, ya que se había constituido la figura de “tentativa de apología del delito”.
Aquel 24 de mayo de 1987, cuando la noticia de la cautelar llegó a nosotros, estalló un día extraordinario en la redacción de Clarín. Por primera vez los trabajadores sentimos que era posible decirle “no” a la empresa sobre un contenido; sentimos que la dignidad de levantar la voz para decir “esto no lo hago” reconfortaba el alma. No hubo champaña, pero sí festejos.
Los dueños de las empresas apelaron. Se quejaban de censura previa. Tiempo después, la Cámara Federal les dio en cierto modo la razón, pero advirtió: si la solicitada es publicada, hay delito de apología. Apelaron nuevamente, fueron a la Corte Suprema y los cortesanos fallaron con un ni: no había perjuicio. Una manera elegante de darle la razón a la Cámara.
Asustados, los 5.400 firmantes no sabían qué hacer. Si publicaban era apología y podían ser todos indagados y procesados. Se replegaron, y cuando ya no eran tantos y con otro texto totalmente lavado, lograron su publicación en 1989. El clima en el país había cambiado: el menemismo, la decadencia de la UTPBA y una derrota sindical en Clarín hacían lo suyo.
Fue hace 29 años. La militancia antigolpista en el diario conformaba un gran frente de trabajadores que, con los años, no se repetiría. La victoria de 1987, muy parecida al triunfo de los periodistas bolivianos en 1970 ¬cuando lograron que desde el gobierno se otorgara un espacio en los diarios a los laburantes para que puedan expresar libremente sus opiniones¬, enlazó hechos de nuestra historia de prensa latinoamericana que nos acercaron a las utopías. Los compañeros/as bolivianos, además, lograron sacar un diario (Prensa) que el 3 de agosto de 1970 convocó al pueblo con un enorme título de tapa a ganar las calles para frenar un golpe militar.
Hoy el diario Clarín no tiene correctores y los textos finales y apresurados de las compañeras/os deambulan por el blanco papel en la soledad del “sálvese como pueda”. La patronal de Magnetto-Ernestina y el oxidado gerente de Personal Jorge Figueiras ordenó el despido de 30 correctores durante el conflicto del 2000.
Vaya entonces nuestro abrazo, recuerdo y reconocimiento a los dignos correctores y correctoras que se plantaron con dudas y temores aquella tarde trayéndonos la maravillosa idea de pensar que la libertad, pronto, muy pronto, vencerá a la propiedad.
Foto Eduardo Longoni (ARGRA)