Periodistas rigurosamente vigilados
En un viaje al pasado doloroso, Carlos Rodríguez evoca con voz propia los años de persecución y censura en las redacciones. Dentro del pecho, los compañeros que ya no están.
Por Carlos Rodríguez
Los tres años anteriores al golpe del 24 de marzo de 1976 estuvieron signados por la violencia y la persecución ideológica. Finalizados los 49 días de gobierno de Héctor J. Cámpora, con liberación de presos políticos y festejos populares por el fin de la dictadura de Onganía-Levingston-Lanusse, el clima se enrareció en forma dramática. El discurso de Perón echando a los Montoneros de Plaza de Mayo y la muerte del líder el 1º de julio de 1974, llevaron al poder real a José López Rega y a la Triple A, responsable de 700 asesinatos y desapariciones. Uno de los gremios de prensa, la Asociación de Periodistas de Buenos Aires (APBA), que agrupaba a la izquierda, al peronismo combativo y a sectores progresistas, fue intervenido por el gobierno de Isabel Perón. Esa intervención se extendió hasta el final de la dictadura de Videla y Martínez de Hoz.
En ese contexto, yo era delegado gremial en Editorial Atlántida, junto con ocho compañeros. Antes de la muerte de Perón, trabajaba en un proyecto de revista Somos que iba a respaldar la democracia. Los editores principales eran José María Pasquini Durán y Carlos Somigliana. Muerto Perón, los Vigil desactivaron el proyecto inicial y Somos salió a la calle después del golpe, como sostén de la dictadura. Ocho de los nueve delegados fuimos despedidos en noviembre de 1974. Sin trabajo, estuve unos meses en Saporiti, una agencia de noticias donde íbamos los desheredados del sistema.
Meses antes del golpe entré en la agencia Télam, en el turno noche. En esos días agitados, las asambleas eran permanentes. Después del golpe, había que llenar un formulario para poder salir a tomar un café. Se acabaron las asambleas y era asfixiante la presión sobre los trabajadores de prensa, en especial los que tenían familiares presos o desaparecidos, o los que tenían antecedentes políticos o gremiales. Fueron dos años de tortura. Para escapar a los temas políticos, me concentré en reescribir despachos que enviaba un acreditado en Tribunales. Era otra forma de tortura rehacer esos textos.
Harto de Télam, renuncié y volví a la vieja Saporiti. De Guatemala a Guatepeor. En pocos meses, la agencia de los hermanos Saporiti se mudó del sucucho que tenía en Florida y Diagonal Norte a la planta baja del edificio Barolo, en Avenida de Mayo. Estábamos en una pecera, detrás de una vidriera irrespetuosa, expuestos a la mirada de los transeúntes. La SIDE, sí, la SIDE, había copado la agencia. Dos monos que estaban detrás de un vidrio lateral de la pecera controlaban cada movimiento.
Inconsciente, impulsivo, en Télam llegué a discutir con algún jefe y repetí la historia en Saporiti. Uno de los capangas, de apellido Chañahá –en 1987 fue jefe de prensa de Juan Carlos Rousselot en el municipio de Morón–, me hizo suspender más de seis veces por indisciplina. Después de una de esas peleas verbales, sucedió algo que pinta el clima de entonces. Juan Carlos, un compañero de laburo, me llamó aparte y me dijo: “No te regalés, boludo. Mientras vos estabas a los gritos, te escuchaba ese tipo (y me mostró a uno que escribía en una oficina cercana). Ese trabaja para el Batallón 601 (de Inteligencia). Si yo tengo que matarte, te voy a matar de frente. Ese te va a pegar un tiro por la espalda”.
No tuve más que agradecer el consejo de Juan Carlos, militante de la derecha peronista que cuestionaba al gobierno militar por ser liberal en lo económico y por no blanquear ante el mundo los asesinatos masivos. El tipo que me podía pegar un tiro en la nuca era Martín Gregorio Allica, denunciado como agente de inteligencia; fue pluma importante en Clarín y en La Nueva Provincia.
Juan Carlos, en Saporiti, le hizo un reportaje telefónico a Anastasio Somoza antes de su caída en Nicaragua: “Aguante, general, los rojos no pasarán”, fue su arenga de despedida.
En esos años, junto con Mauricio Crea y Hernando Albornoz, éramos representantes de los trabajadores de Saporiti en la Comisión Pro-Recuperación del Gremio de Prensa (COPREPREN). No fue mucho lo que pudimos recuperar, pero organizábamos reuniones para intercambiar información sobre lo que pasaba en los medios, sobre compañeros presos o desaparecidos. También festejábamos los días del Periodista con Víctor Heredia, Jorge Marziali, Suna Rocha, Raúl Carnota.
A fines de 1979, mi amigo Osvaldo Gazzola me llevó a Noticias Argentinas. En la vieja redacción de Córdoba y Florida teníamos la libertad de hablar cualquier tema, sin censura. El director, Horacio Tato, comentaba a veces los cables de ANCLA, la agencia creada por Rodolfo Walsh. En NA conocí a Nora Cortiñas y me vinculé luego con las Madres, con María del Rosario Cerruti, con Hebe, con Juanita. Con ellas participé en las marchas que comenzaron a crecer en el reclamo por los desaparecidos hasta hacerse masivas.
Foto: Daniel García (ARGRA)