En el abrazo nos encontramos
Por Sol Reus
Muchos somos hijos suyos o amigas-primos-vecinos-conocidos-compañeras de trabajo de sus hijas e hijos, o nomás nos agarramos fuerte de la cuerda llena de nudos que lleva hasta ellos.
El asunto es no soltarlos. Que el desaparecido no salga volando, no lo merece.
Digo que en realidad somos sus hijos, aunque no tengamos todos sus sangres, porque puede ser tan grande la orfandad como la certeza de sabernos hermanos.
Nacimos de los brazos de otros militantes que sobrevivieron a la Argentina feroz y hoy nos repiten que están acá, parados, sintiendo las oleadas del pasado-presente perpetuo, de puta casualidad. Algunos se convencen de que zafaron de la encerrona y el Falcon porque no estaban de acuerdo con la lucha armada. O porque alguien quemó a tiempo la agenda pequeña escrita con letras de hormiga y enterró profundos los libros de doctrinas y verdades.
Nos han dicho, con sinceridad de madre, que el terror a la picana y a que dañen a tus hijos a veces se vuelve irremontable.
Están para contarlo y sus amigos no están.
En la profundidad de las cosas, nos abrazamos. No hay culpas, papá. Mamá.
Nos acordamos de tu compañero de facultad, el que era ERP y cana a la vez y lo suicidaron desde el segundo piso del Departamento de Policía. Lo llevo anotado adentro desde la primaria. Tampoco olvido a la tía monja de mi amiga Ana, que tiene casi veinte años más de los que tuvo la monjita y la piensa en silencio, porque en su familia duele tanto que es como si estuviera prohibido nombrarla.
Respiremos hondo, cantemos, inventémonos mil refugios hechos de voz y palabras. Debemos seguir rearmando este mapa del tiempo, no queda otra, porque no hay historia injusta que se supere si miramos para otro lado. Acá estoy. Somos millones y en el abrazo nos encontramos.
¿Sabés, papá? Tengo para mí una verdad. Que la cuerda que los sostiene se ha vuelto infinita y ya no pueden cortarla; porque a nuestra historia la llevamos en las manos y en el alma.